miércoles, 30 de marzo de 2011

350 departamento 202

Esta es la última vez que voy a escribir sobre esto.









Ya está. Ya se hizo. Estoy fuera del lugar. Lejos y desolado, vacío ha quedado a más o menos 5 cuadras el reducto al cual aprendí a sentir como mi hogar los últimos 5 años. En mi corazón estás Calle Roma 350 Dpto 202. Extraño tu encantadora pequeñez, tus poquititos escalones para llegar a esa puerta de madera a la cual yo ingresé por primera vez aquel marzo lejano del 2006, sin siquiera imaginarme todo el vendaval de vivencias que entre esas cálidas paredes color crema se irían a dar. No es broma, yo me hice hombre (o al menos hice el gran intento) al interior de ese edificio, dentro del apartamento que la señora Rossi amablemente nos alquiló. Gran persona ella, y aunque jamás llegamos a establecer lazos demasiado estrechos, siento que voy a echarla de menos junto a su familia, y a todos los demás inquilinos y vecinos del edificio. Todos buena onda, y siempre con una sonrisa a la hora del saludo. Estoy seguro que pasará mucho tiempo para volver a aparecerme, caminando ya sin ningun vínculo directo, por esos derredores que, por no estar muy lejos del apartamento que ahora ocupamos, por eso es que quizás los siento tan infinítamente extraviados de mí de ahora en adelante.


Si pienso en la imágen de lo que actualmente es ya el 202, todo deshabitado pero con las intangibles huellas en la pared de aquellos posters, cuadros o dibujos que tanta vida y color nos regalaron en todos estos años de feliz (sí, ¡feliz!) convivencia, pues me provoca ponerme a llorar porque instantáneamente esa aparición mental en mi cabeza, es sentida por mi alma como una suerte de llamado.


La casa llamándome , reclamándome. Mi -ahora- antiguo cuarto dejándose escuchar, el bañito, con sus bellas mayolicas todas antiguas y celestes, el taller que más que taller nos sirvió todo el tiempo de depósito o almacén de tremenda cantidad de pinturas, dibujos y cachivaches de todo tipo; La cocina -en la que Silvia perfeccionó a grados magistrales su exquisita manera de hacer las milanesas- que puedo asegurar en un inicio todos la hallabamos hermosa, y hoy escucho a mis padres criticar, y hallarle defectos que hasta hace algunos meses nignuno parecía si quiera encontrar. "Que era muy chiquita y oscura". ¡Pues me afecta ese maldito desprecio a lo que ya nos es viejo! Me parece -así sea referido a una cosa material- de lo más ingrato.


La casa llamándome, el balcón, donde hube de pasar tantas tardes inolvidables y reveladoras aquellos primeros meses. El largo, larguísimo pasillo que sabiamente supo preservar y resguardar nuestra privacidad en todo momento, especialmente, cuando algún inesperado caía de visita y uno de nosotros no tenía ganas de dar la cara. Y recuerdo especialmente el fondo de dicho pasillo, con nuestros autorretratos de primerizos años de aprendizaje pictórico en la universidad. Siempre lo tendré presente en el túnel de mi memoria. Porque eso es lo que fue en el más real sentido de la palabra aquella hermosa vivienda. El cobijo de dos hermanos estudiantes de Arte, en cuyo calor de hogar ambos fueron aprendiendo con intensidad todas las cosas que la vida temprana tenía por ofrecerles. En el 202, mi hermana y yo aprendimos sobre todo a descubrir el amor lejos de casa (Arequipa). Y fue maravilloso haberlo hecho simultáneamente y juntos, en una casa en la que tuvimos toda la libertad del mundo para dotarla con lo más genunio de nuestras personalidades. Por eso lo llegamos a querer tanto a ese departamentito.


Centenar de historias de todo tipo que junto a mi querida María José protagonizamos en el 202. Unión. Amistad. Fraternidad. Peleas. Días buenos. Días de mierda. Dolor. Incomprensión. Ira. Éxitos. Elocuencia. Silencio. Comodidad. Inconformidad. Problemas. Angustia. Y sobre todo, muchas, muchas, muchas risas, entre nosotros dos solos y junto a toda la gente que alguna vez pudo ingresar al núcleo de nuestro día a día, el pozo de nuestros más atesorados secretos y punto de inicio a nuestra diaria rutina de salir al mundo en esta complicada ciudad que, sin embargo, tanto nos ha otorgado.


Seguramente, aquellos que siguen junto a nosotros y supieron gozar de la calidez de la vieja casa, cuando conozcan este nuevo sitio de la calle Porras Osores (hasta el nombre me parece muy frío en comparación al de mi Roma amada) echarán de menos aquel sitio tan ideal y mágicamente perfecto. Tan grato para estar.


Fue el sitio ideal, y repito, cada vez que se me vuelve a la cabeza la última imágen de la mudanza en que hube de abandonar el viejo depa y observarlo resignado a su suerte, todo calatito y ya sin ningun puto accesorio, decoración o elemento, tan sólo un desnudo vestigio de todo el amor que supimos construir ahí en los últimos años... pues, siento sinceramente que no se trata tan sólo de un lugar que dejamos, sino de un amigo, de un gran amigo que ya cumplió su puto ciclo y piña pue, ya no nos sirve más.


Me da pena, nostalgia y añoranza por lo que se deja y jamás se retorna. Por las palabras, acciones y sensaciones que en la vida de uno ya están predestinadas a suceder exclusivamente en un determinado lugar y tiempo al cual ya nunca jamás se va a volver, y por ende, también aparece en mí una melancolía, por el hecho de afrontar que jamás se va a volver a vivir de la misma manera los nuevos sucesos que nos depara el misterioso destino.


Pues sí, sé que sueno horriblemente redundante, pero es que aún ni esa lógica tan obvia me sirve como racional consuelo.


Honestamente siento que he dejado una gran parte de mí, en aquel departamento tan querido, que jamás podré reencontrar. Esto me genera todo un dilema, teniendo en cuenta de que siempre he tendido obsesivamente (y en vano) a intentar juntar y recapitular todas las facetas y partes de mí mismo con el propósito de entenderme. Además, porque me agobia sentir que todas esas partes mías siempre estan tan dispersas. Por eso me afecta dicho 'cerrar etapas' que hoy se ha dado con el adios a un lugar bajo cuyo techo se sucitaron tantos momentos entrañables y fundamentales. Por eso.


No quiero seguir pensando en el 202 del 350 de Roma, porque cada vez que lo he hecho este día se me han venido los flashbacks de un trozo de juventud que ya voló. Para mi suerte, viejo todavía no soy, pero, hechos como este de la mudanza, me generan hoy una ruptura que no me resulta nada fácil. Como tampoco me es nada fácil crecer.


No voy a volver a pasar por la calle Roma hasta que esta sentida nostalgia se me haga por lo menos un poquito más digerible. ¡Qué lindos tiempos pasamos ahí carajo!. Hoy lo único que espero se mantenga en mi nuevo paradero, es la pintura del viejito vendedor de caramelos que fue -sin lugar a dudas- el emblema y espíritu mural de aquel magnífico periódo. Por lo menos mientras siga viviendo en Lima, quiero que el abuelito de los caramelos me acompañe y se mantenga imponente y erguido en la sala del lugar donde yo vaya ¡No puede ser de otra manera, pues!


Miles de miles de recuerdos que -rogando a Dios mi buena memoria jamás merme- pese a que ya no puedo volver a vivirlos, grabadísimos quedarán por siempre en mi cabeza y mi corazón.


¡Qué lindos y definitivos tiempos pasamos ahí carajo! No me alcanzarían las palabras, Romita linda 350 Departamento 202, para acabar de explicar en su total profundidad todo lo que para mí significas.


Ahora sólo me queda intentar darle una chance a este nuevo hogar, que pese a toda la apatía que hoy sinceramente me produce (reitero, ¡ni en el nombre de las calles hay punto de comparación!), ha sido fruto del esfuerzo de mis padres en su búsqueda por mejores posibilidades para nuestra familia.


El nuevo lugar está lindo, en serio, pero... HAY COSAS DEL CORAZÓN QUE LA RAZÓN NO ENTIENDE.


Tengo tiempo. Para aprender a hallarme en mi nuevo reducto y quererlo, o en caso contrario, sumirme en la más absoluta e irreparable depresión de índole personal al no sentirme adaptado en un habitat demasiado pudiente para mi gusto (lo cual, de seguro sería considerado por todo el país como una tamaña frivolidad, o mejor dicho, como una cachetada a la pobreza).


Mejor todo se lo voy a dejar al Taita, nomás.


Me he ido para no volver. Y lo peor es que no estaremos tan lejos, cojuda.


Cuídate casa querida. No me cabe duda que también serás el lugar ideal y perfecto para albergar las ilusiones y alimentar los sueños de tus futuros inquilinos. No me cabe duda que tus habitaciones y pasadizos volverán a rebozar de vitalidad algún nuevo día. Me marcaste (junto a mi hermana) como no tienes idea. Ojalá permanezcas en pie por largos años más, y si algún día logro reunir buena platita, quién sabe, te doy la sorpresa, reconquistándote, y adquiriéndote para vivir ahí junto con mis calatos.




Te amaré por siempre mi casita de Calle Roma 350-202.




¡CHAU!