domingo, 31 de octubre de 2010

Carta a mi abuelo Oscar

. . . .
Querido abuelo Oscar :

Me has dejado pensando mucho tras tu partida. Cuando me avisaron, hace una semana, que te habías puesto mal, nunca pensé que se trataría finalmente de tu despedida. Por eso, por más de que se dice que es bien difícil sobrevivir a tantos vaivenes de salud cuando uno tiene una edad tan avanzada, yo la verdad, te creía inmune a todo eso. Es que hacía menos de dos años tu inquebrantable salud se vió amenazada por una fortísima neumonía, que te agarró desprevenido y por muy poquito acabó siendo mucho más que una broma pesada. Tanto así que hasta los santos óleos te brindaron, y tú, ante la incredulidad de todos nosotros, mandaste a la muerte a patear latas. Por advenediza y malcriada. Ya imagino las palabras dentro de tu pensamiento en aquel momento, "Habráse visto". Por eso, si esa vez la dejaste tirando cintura a la maldita pálida, pensé yo que seguramente esta vez también acabaríamos cantando victoria.

Ahora que lo recuerdo, abuelo, esa no fue la primera vez que frustraste los planes del perro del hortelano de la existencia (sí, aquel que no vive ni quiere dejar vivir). Me acuerdo de aquella historia increíble (disculpame si mi memoria hace que exagere o distorsione algunos detalles) en que nos contaste cómo a muy corta edad padeciste de una fiebre elevadísima y todo hacía presagiar que no habían esperanzas para tí. Una sentencia más que asegurada, ya que en aquellas épocas, las de tu infancia, los avances tecnológicos de la medicina aún en nuestro país no habían despuntado, al grado genial de hacerle cambiar de padecer al destino. Y así -tal como recuerdo me contaste- el niño Osquitar descansaba en su camita, rodeado de todos sus familiares aguardando nomás la hora del desenlace. Entonces fue que el médico te pidió cumplir un último deseo, un capricho final. Y bueno pues, tu pedido sorprendió a todos. El niño Osquitar guardaba en secreto una palomillada divina. Gustaba de fumarse sus puchitos a escondidas ¡Precoz mi abuelo! Entonces solicitaste que por favor te pasaran un cigarro, que querías darle unas cuantas pitadas. Yo me imagino, abuelo, el estupor que esto habría causado (aún hoy en día lo habría hecho), pero cosas de la vida, te lo concedieron.

Y me contaste que ese pucho - sabe Dios cómo y por qué - logró el milagro. Te bajó la temperatura y volviste a ser un niño sano. Luego te hiciste un hombre fuerte y construiste una vida fructífera. Ah sí, nunca más volviste a coger un cigarro.

Si pues, abuelo, quizás por todos estos precedentes, sumados al egoísmo propio de mi ingrata personalidad, no llegué a darle debida atención a la noticia de tu última batalla y posterior deceso. Que te cuente la Maji, abuelito, como el último miércoles por la noche cuando nos llamó desde Arequipa mi mamá a decirnos que la cosa se había puesto ya bastante complicada y teníamos que abordar el primer avión del día siguiente para estar contigo por última vez, me porté como el nieto más indigno. Tu hija Patty nos pedía vía telefónica que fueramos a acompañarla el mayor tiempo posible, y yo, idiota como soy, me hice el exigente diciéndole -ni siquiera directamente, sino vía la Maji- que 4 días era demasiado, que "tenía trabajos pendientes para mi segundo examen parcial de Dibujo Natural". Pamplinas. Quise anteponerme en un primer momento, abuelo, al dolor familiar que exige la unión de sus integrantes, y acepté un poco a regañadientes quedarme aquí, en nuestra tierra, hasta el lunes siguiente.

Por esto, yo te pido perdón, abuelo.


Han pasado ya casi 3 días del Jueves, abuelito querido. Mañana vuelvo otra vez a mi bonita rutina de artista en Lima, y dejo aquí con pena a mi madre, la Pattycita, tu hija adorada.
Déjame decirte que ahora no quiero irme, que me ha significado una grandísima lección ( o más que eso, una sonora bofetada para mi eterno "yo, me, mi, conmigo") la repercusión que sobre nuestra familia (y más directamente, sobre mi corazón) ha tenido tu partida.
Todos hemos estado junto a tí, muy unidos, orgullosos y emocionados de haberte conocido. Amándote para siempre.
Me cuesta definir todos los pasajes que tiene este recorrido final de tu vida, del que yo he tenido la suerte de ser partícipe, mi abuelito. Has estado presente en todos los momentos importantes de mi infancia, de mi formación como hombre, y eso me hace derramar, al escribir estas líneas, las lágrimas que no hice brotar al estar frente a tu tumba. Qué va, me recompensó más abrazar a mi madre, consolar a la Titita y a mi abuelita Deo, hablarle cosas bonitas al Matías para que se pudiera dormir tranquilo, y agradecer, cuando ya todo estaba consumado, a mi tío Miki, con un beso por lo ejemplar como hijo que siempre fue contigo. Por eso me era urgente escribirte ahora desde aquí (mi rincón rosa) y llorar un poquito junto a tí en privado. Pero no por la tristeza que, claro está, me embarga al saber que ya no vas a estar nunca más en tu casa de la Avenida Ejercito viendo televisión por las tardes, a un volúmen muy bajo, cada vez que yo regrese a esta Arequipa, de la que tanto renegaste en los últimos años pero a la que muy en el fondo, cuando repasabas los libros que tenías con el recuento de los apellidos y los cargos que en un pasado characato ocuparon tus antepasados, amabas y añorabas tan profundamente.
De tí pues, abuelo, heredo ese amor-odio por esta ciudad. De tí la terquedad y Dios quiera que la caballerosidad. Cuando me agarrabas la orejita de pequeño repitiéndome ese jueguito de palabras lonccas que todavía hoy recuerdo : "Ccorito motete cascamollete". La vez que me enseñaste cómo atar una corbata, con motivo de algún infausto quinceañero. La legendaria única visita que contigo hice al templo de tu peluquero Don Chacpallo. Las incontables anécdotas y aventuras de infancia y juventud que siempre tuviste el buen ánimo de querer compartir conmigo, y que a pesar de recordar todavía muchas, me arrepiento, con el paso de los años, de no haberlas recopilado en un librito, para el día en que mi memoria se ponga ya insolente y la vivacidad del niño Osquitar con que tú las narrabas, me sea ya demasiado lejana.

Finalmente, abuelo, debo decirte algo más que nunca alcancé y que por sobre todas las cosas te hace ser para mí un héroe imperecedero. ¡Gracias por haber traído al mundo a mi mamá ( junto a mi abuelita Adita), y por la tremenda valentía que tuviste, cuando te quedaste sólo, para sacar adelante a 4 hijos maravillosos! ¡¡¡¡Lo lograste, abuelo!!!! Sino yo no estaría aquí para hablar todas estas cosas.

Salúdame a Dios, abuelito. Dile que quiero amarlo más. A mi tío Jolacho, a mi abuelita Adita, a mi mamá Titi, y también a tu compadre Molusco.

Te querré mucho para siempre y a dónde vaya me sentiré orgullosísimo de haberte conocido y llevar en mis venas tu sangre.

¡Descansa en paz Osquitar, ya nos volveremos a ver algún día!

Tu nieto que te ama,

Dante.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La culpa la tiene Ramiro Llona

( ) () ( )


Estoy con unas ganas tremendas de dejarme un bigote, y en efecto, lo hice la noche de ayer luego de ver el libro "Grandes Maestros De La Pintura Peruana" donde aparecía Ramiro Llona con su look de artista comedido, de equilibrado hombre con la eterna barbita (que tanto me recuerda a mi papá) bien cuidada, y el pelo moldeado de manera natural, hacia atrás, por la costumbre que otorga el peinarlo de la misma manera durante años.

Yo jamás -por lo menos eso digo ahora- seré así, resignado en paz a establecerme bajo una misma forma, un mismo look, una misma situación de anclaje, un mismo comportamiento. Por eso, me dirigí al báño tras ver las fotos de Ramiro Llona (con su pinta Fleetwood Mac durante su periplo neoyorquino), decidido a volarme esa armoniosa pero muy aburrida y seriona barba que ya llevaba 3 semanas perdurando, y seducido por la carta desconocida de una renovación en mi aspecto, tuve a bien (¡como tantas otras veces !) conservar -tras la trasquilada facial- unos inusuales mostachos, que si bien raros, me convencí en defender a capa y espada, desde el día de hoy, ante los esternos fantasmas, muy conservadores, de la duda, que no tardan en aparecer siempre que quiero arriesgarme más de lo normal con mi sex appeal.

Y así me levanté esta mañana, y a primera hora tuve un esbozo de esperanza al divisar a través del espejo que hay dentro de mi closet a estos, mis mostachos triunfadores. Seguidamente, los expuse al ojo público. Fui a desayunar y con orgullo proclamé a mis padres - sin que ellos realizaran observación alguna- que siempre había querido, desde hace algun tiempo, dejarme los mostachines, y que, si bien en enésimas oportunidades había venido arrugando, esta vez sí sería la vencida y como textualmente recuerdo haber dicho "Ahora sí me las voy a jugar por mis bigotes".

El desayuno se acaba. Mi madre, quien ha venido a Lima con el fin de sus chequeos anuales de salud, se alista para ir a sacarse sangre. Yo hace rato ya debería estar en la universidad para aprovechar algunas horas de la mañana antes de mi cita con el psicoterapeuta. Pero ¿Qué hago? Retorno al hornito de mi cama, zurrándome en todo y convenciendome de que esas 2 horas de hueco antes de mi cita con el doctor Warthon, no serían pues las más provechosas pero sí las más placenteras si es que me dejaba caer en los brazos de morfeo.

¡¡ Nunca me arrepentiré de esto!!

¡¡¡Sabia decisión!!!

¡¡¡¡ Nada mejor hay que estar en off!!!!

¡¡¡¡¡ Para los padres, para los hermanos, para la novia, el doctor, los amigos .... PARA TODOS!!!!!


Recobro la conciencia algo contrariado. He dormido riquísimo pero cercioro que -para variar- estoy tarde. Ya no llego nicagando en bus al doctor. Iré a bañarme rápido para tentar un taxi.

Ya cambiado y con la mochila al hombro, a punto de salir a encontrarme nuevamente con el mundo, mi cabeza ya no es la misma de ayer por la noche razurándome en el baño, ni de hoy al inicio del día cuando me autoproclamaba -al fín- triunfador en mérito de la perseverancia con mi biogotito de reminiscencias vargasllosianas*.

Nuevamente sentí que no estaba preparado para aceptar otra rara elección a solicitud de mi vanidad. E intentando perder el menor tiempo posible, desbaraté en menos de 5 segundos la brevísima existencia de mi bigote como ente independiente de mi cara. Y así mismo, desbaraté otra de esas certezas que -por algún motivo- me son tan difíciles de asumir.



* Vaya mi mención al flamante Premio Nobel de Literatura.