domingo, 21 de febrero de 2010

HABLA EL HINCHA, HABLA EL HOMBRE


Me provoca escribir ahora. Ayer no. Hace un mes tampoco.

Me provoca hacer algunas cosas ahorita. Ayer no. Hace una semana, menos.

Podría seguir con la antigua tradición de narrar con detalle un cúmulo de aspectos que ni yo entiendo sobre mí, pero para qué.

Silvia, la muchacha que ordena nuestra vidas, se ha ido del departamento por dos semanas. Vacaciones. Y hoy está por acabar la primera.

No es fácil tener que hacer labores a las cuales jamás he estado acostumbrado. Ni yo ni mi hermana sabemos cocinar muy bien. Yo al menos no siento remordimiento en dejar sucios los platos. Somos hijitos de papá y mamá.

Hay un montononón de ropa tirada ahí en la cocina, ropa mía, que porque esta con un poco de arena me da miedo meter a mi cuarto.

Odio la arena, sí. Y justamente es por eso que no me animo a abrir en mi dormitorio la ruma de periódicos que compré el viernes después de la contundente victoria aliancista sobre el Estudiantes de la Plata. No los abro, porque cuando lo hice estaba con Daggiana en una magnífica playita en San Bartolo. Una playita privada (tuve que pagar 10 soles (( y ella, por cortesía, los otros 10)) ) que ha servido de mucho para reavivar la fantasía algo adormecida de este singular verano.

Me siento afortunado de verdad, y es así que deseo hacerla sentir a ella. Aún tengo fuerzas, aún tengo ganas ....

A los aspectos más íntimos me reservo el derecho de admisión, mis queridos lectores.


Son normas de la casa.


Sobre la inolvidable noche del jueves, 'cha que tengo mucho que decir. Estabamos con Daggiana en los derredores de Quilca comprando libros (para ella, claro está) y yo sabía perfectamente que el match estaba por comenzar. Quería aunarme a los fieles que ya habían asegurado una mesita en el Queirolo para verlo por televisión. Miren, yo les soy sincero, conciente estaba que iba a ser complicado aspirar a un triunfo. El Estudiantes es un equipaso. Pero mientras siga sintiendo dentro mío a ese hincha terco que quiere dar la contra, que quiere apostar siempre por lo imposible y ver que pasa...... mientras siga sintiendo todas esas sensaciones tan pajas, jamás podré pasar por alto un nuevo partido de mi equipo querido. Eso verdaderamente es lo que a mí me apasiona del fútbol, ese inquebrantable habito de seguir fiel a una causa, a unos colores, que a su vez son la razón más justa y prefecta para retar al transcurso de la vida por 90 minutos. Por eso estaba como loquito, impaciente y atento al juego que mi Alianza de toda la vida tenía pendiente el pasado jueves.

Como dije, estabamos comprando libros. Y nunca falta una radio que sintonice Radio Programas del Perú (Qué tal cherry, pero es verdad). No me había percatado ni del pitazo inicial cuando oí un gol y pensando que se trataba de alguna propaganda de pilas recargables me quedé a la espera de una atestiguación sobre si era cierto. ¿Qué carajo pasaba? La voz del cholo Efraín Trelles no tardó en hacerme dar contra el piso. Gol de Estudiantes de La Plata a los 8 segundos. ¡Cuuuunchasumadre!

Sí, ahí como la mayoría creí que nos iban a culear bien feiiiio. ¡Que terrible y en Matute todavía! así y todo necesitaba ver con mis propios ojos que es lo que estaba pasando. Es inhumano tener que soportar el drama del balompié a traves de la señal de la radio. Sin embargo le propusé a Daggi recorrer un nuevo pasajito de libros. Jaja, no se, como esperando quizas en el fondo que allí estuviera la respuesta. Cruzamos la siguienta cuadra, y vaya que no me equivoqué.

Un tipo, de modales sumamente viriles y un vozarrón que yo había creído solo posible en las películas, nos invitó a pasar y -como él mismo sugirió- "a que nos zambulleramos" en su vasta colección de literatura. Mi chica buscaba algo de Samuel Beckett. Pude observar con cierto alivio, que los otros vendedores que compartían el local con él tipo este de la voz macha... estaban pegadasos a Fox Sports viendo lo que acaso pintaba a otro desmérito. Pues bueno, por lo menos había tele.

Daggiana no se decidía. El hombre le preguntó que cosa era lo que exactamente buscaba, qué autor, y la desilusionó un poco al afirmar que estaba detrás de una joya muy poco conseguible. Que de Beckett iba a ser complicadito encontrar algo por estos lares.

En ese momento me di cuenta que mi chica y yo, ambos estabamos detrás de dos destinos bastante alejados pero igualmente difíciles. Ella con su gusto por los libros y yo con mi pasión por el fútbol. Dos huesos duros de roer ante dos causas que parecían predestinadas a estar perdidas.

"Oye hija, dime una cosa, debe haber alguna otra cosa que estes buscando" agregó el señor (quien sospecho debe haber leído por lo menos una vez El Gran Vendedor Del Mundo), sin darse por vencido y acariciándose la barbita blanca. Daggiana timorata mencionó una obra de Bryce, la cual ahora sí estaba en stock. El hombre, amo y señor de su reino, le sacó una edición que dijo estaba 20 soles. Ni a mí ni a Daggiana nos pareció que el ejemplar valiera el precio. Parecía estar demasiado ajado. El tipo, muy jopende él, decidió colocar entonces el infalible argumento de su experiencia, de la voracidad y la sapiencia que -como él mismo definió- le habían dado "más de 50 años leyendo y leyendo". "Esta edición cuesta 20 porque no es cualquiera. Mira aguárdame un ratito, quieres ver una menos costosa pero más pintona... pues acá tienes la mía. Yo no estoy acá para engañarte, chica. Si quieres la llevas y si no yo te puedo fiar el libro. Dime una cosa ¿Que pierdes aceptando un canje? Yo estoy confiando en tí, yo no quiero engañarte, yo quiero que ustedes que son jóvenes se nutran de todo lo que yo tengo aquí y aprendan" Daggiana sonreía algo nerviosa y entonces el tipo me miró a mí y contratacó: "Flaco, el problema es que la generación de ustedes ha venido al mundo aprendiendo que la confianza es un defecto, y es por eso que todos desconfían de que ustedes tengan la capacidad de sacar adelante este país. Porque son ustedes quienes verdaderamente tienen las riendas, sino ¿quienes?"

Sus palabras me eran irrefutables, él no paraba de hablar y yo no paraba de mirarlo. ¡Carajo ¿y mi partido de Alianza?!

Daggiana en silencio cogió una edición de Papá Goriot de Balzác y ahora sí convencida de que esta era, la separó para llevarla. El hombre me seguía hablando, y a estas alturas ya me había olvidado casi del fútbol cuando..

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!!!!!!!!!!!!!

Volteé a ver la pantalla. Celebraban los jugadores de la blanquiazul tendidos sobre el césped. Interrumpí bruscamente la tertulia con el viejo para soltar un grito pelado, un sólo grito de euforia.




Daggiana se llevó Papá Goriot , mejor dicho el hombre se lo fió con la condición de que se lo trajera de vuelta, para si ella gustaba, continuar con esta cadena de lectura y préstamo (así de pajita como lo oyen, mis amigos). Emocionados y con harta gratitud nos despedimos del sujeto, verdaderamente de película, y fuimos apresurados al Queirolo para ver el resto del partido. Y vaya que lo que vino después, tampoco pareció ser muy de este mundo.

Fue un 4 a 1 que me hizo gritar de algarabía como al resto del Perú. Regalos de la vida que a uno le hacen decir " ' cha que ya me tocaba ". Diosito nos ha hecho una. Yo he sido del Alianza toda mi vida así que no me siento ni más ni menos hincha. Somos lo que somos y a veces, como ahora ultimito, nos toca sonreír e inflar el pecho más de la cuenta. Habrá que ver lo que ocurre en los próximos partidos de la Copa Libertadores. Por el momento la cosa da para ilusionarse. Y eso sí, dudo que tanto el juego mágico del Zorrito Aguirre, la dificultad que me esta provocando la ausencia de Silvia en casa, mi momento actual con Daggiana, y el señor de los libros... sean cosas que no tengan una conexión poderosa. Definitivamente no son casualidades.